martes, 19 de diciembre de 2006

"El dinero no basta para ser feliz"


El 28 de noviembre corrió el mundo entero una triste noticia. Lee-Yoon-hyung, heredera de la familia que controla la empresa Samsung Group, se había suicidado a los 26 años de edad en su apartamento de Nueva York, ahorcándose con un cable eléctrico.

Como una especie de ironía de la vida, la noticia periodística añade que “la joven tenía acciones por unos 171.19 millones de dólares”. Joven, rica. Pero algo debía faltar en aquella vida.

Los millones dan bienestar, pero parece que no dan vida. Los millones dan prestigio, pero demuestran que no dan ilusiones en la vida.

La nota periodística dice: “se sospecha que podría estar sufriendo una depresión”.

Ni los ciento setenta y tantos millones son capaces de sacar a uno de una depresión.

¿Cuántos millones se necesitan para levantar el espíritu? ¿Para no sentir la depresión?

Es posible que un pobre se sintiese feliz, si solo tuviese con qué comprar hoy las medicinas para curar la gripe de sus hijos. Se sintiese feliz, si sólo tuviese con qué comprar el pan de cada día para sus hijos. Se sintiese feliz hoy, si tuviese con qué comprar unas ropitas decentes para sus hijos.

La realidad de la vida, nos está diciendo que el corazón humano es algo más que “tener millones”, “tener cosas”. Que las cosas se necesitan para vivir. Pero las cosas no son capaces de llenar el corazón. Que ahí dentro llevamos un pozo muy profundo que no se puede llenar con acciones millonarias. La realidad diaria nos lo va descubriendo en su propio y cruda verdad.

Los millones pueden proporcionar muchas satisfacciones, pero se ve que no son capaces de darnos el verdadero y profundo sentido de la vida. Y que, al final, terminamos renunciando a ellos privándonos de la vida. ¡Qué cosa más extraña la del corazón! No pretendemos dar un juicio la joven. Tratamos tan solo de interpretar una realidad que está ahí. Las verdaderas razones del corazón, es posible que ni ella las conociese. Los millones pueden proporcionar muchas satisfacciones, pero se ve que no son capaces de darnos el verdadero y profundo sentido de la vida. “Compartía con su padre, dice la nota, la pasión por los coches veloces”. ¿Tal vez la velocidad para huir de la realidad que camina muy lenta? ¿La velocidad como fuga de uno mismo envuelto en el vértigo y no enterarse de nada?Como persona, la joven, me merece todo respeto. Pero el hecho está ahí, para que cada uno podamos cuestionar nuestro propio corazón.

No se trata de ver llover fuera. La lluvia también suele oscurecer los cristales de nuestras ventanas y de nuestras gafas.

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