No necesitas ser el mejor a cada instante o a cualquier precio, basta apenas hacer de tus instantes los mejores que se puede vivir. Ser mejor, campeón, vencedor o cualquier otro título que es considerado primordial para los otros depende apenas de aquello que tú mismo consideras primordial.
Existen personas que se sienten verdaderos campeones todos los días de sus vidas simplemente por tener algo que comer en su mesa o por haber encontrado un amigo de verdad que les brinde un hombro cuando la tristeza llega muchas veces sin avisarnos.
Tales personas creen que son las mejores del mundo no por haber realizado grandes hazañas o por poseer objetos considerados de gran valor, pero si por tener el don de tocar aquello que no se puede tocar: su propia alma. Para esas personas un gesto sincero vale más que cualquier premio o regalo exorbitante. Para ellos un abrazo no se da solamente con los brazos, sino también con toda el alma. Toda una vida. Para ellos amar es mejor que ganar la lotería. Y solamente ellos saben que quien posee amor ya obtienen la mayor conquista que alguien puede conseguir. Por eso vale la pena aprender con esos verdaderos campeones, puesto que el mayor desafio de ellos está en vivir, en mostrar para aquellos que se consideran derrotados en la vida y pobres de espíritu dónde están sus verdaderas glorias. Y quien se vuelve una vez campeón, jamás se olvida de lo que es ser verdaderamente el mejor. El mejor de una vida. El mejor de sí mismo. Y principalmente, el mejor de su alma y de su corazón.
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